"El mar es el último refugio que me resta" A.Pérez-Reverte

28 diciembre 2007

Dos chicos y una moto

Es de noche y llueve desde hace unos minutos sobre la sinuosa carretera de Madrid al Escorial. Clap, clap, clap, hacen los limpiaparabrisas mientras conduzco con precauci��n. Es s��bado por la noche, el tr��fico de subida hacia la sierra es intenso, y las gotas de agua y el asfalto mojado reflejan destellos de faros. Al salir de una curva, los m��os iluminan a dos chicos j��venes montados en una motillo. Van inclinados hacia delante bajo la lluvia, con los cascos puestos y pegados al lado derecho de la carretera, mientras los coches pasan cerca, salpic��ndolos con turbonadas de agua. Es zona de urbanizaciones, la moto es peque��a, y al dar la luz larga confirmo que los chicos deben de tener diecisiete o dieciocho a��os y no van equipados para la carretera. Se trata, deduzco, de dos muchachos haciendo un trayecto corto. Seguramente viven en las cercan��as y se dirigen a casa de un amigo, o a uno de los multicines o complejos recreativos pr��ximos. El aguacero los sorprendi�� subiendo el puerto, y avanzan lo mejor que pueden, pegado el que va de paquete a la espalda del compa��ero, con la resoluci��n insensata y valerosa de su extrema juventud. Jug��ndose literalmente la vida a las diez de la noche, a oscuras en una carretera, bajo la lluvia, para llegar a tiempo a la cita con los compa��eros de clase, la pandilla de amigos ���palabra m��gica��� o el par de chicas con las que est��n citados en la hamburgueser��a o el cine. Y mientras, disponi��ndome a adelantarlos, pongo el intermitente a la izquierda para advertir de su presencia a los coches que vienen detr��s de m��, pienso que no me gustar��a ser hoy la madre o el padre que vieron salir a esos chicos de casa, oyeron el tubo de escape de la moto alej��ndose, y ahora escuchan golpear la lluvia en los cristales. Sin duda me hago viejo, pienso. Demasiado. Por alguna extra��a raz��n, esos dos muchachos en la motillo, tozudamente inclinados hacia delante bajo la lluvia, me remueven los adentros. Hace demasiado tiempo que dej�� atr��s l��neas de sombra y dem��s parafernalia moza; pero a��n recuerdo lo que puede sentirse a lomos de una moto que avanza trazando curvas en la oscuridad, impulsado, como esa pareja de fr��giles jinetes nocturnos, por la amistad, el amor, el deseo de aventura, la irreflexiva osad��a de la juventud firme, arriesgada, segura. Y es noche de s��bado, nada menos. El tiempo que hay por delante est�� pre��ado de promesas. No hay lluvia, ni carretera negra, ni turbonadas de agua pulverizada al paso de coches indiferentes que enfr��e el entusiasmo de dos j��venes de diecipocos a��os que cabalgan resueltos a zambullirse expectantes, gozosos, en cuanto los aguarda. En la plena vida. Tal vez, mientras la lluvia azota las viseras bajadas de sus cascos y el agua les empapa cazadoras y pantalones, presienten la m��sica que oir��n dentro de un rato, oyen la risa leal de los amigos, ven ante s�� los ojos de muchachas que esta noche los mirar��n a los ojos para confirmarles que el mundo es un lugar maravilloso. Quiz�� porque van al encuentro de todo eso los dos chicos siguen adelante sin arredrarse, con su peque��a moto. Son j��venes, sufridos, valientes. Y se creen eternos. Inmortales. Mientras paso a su lado, adelant��ndolos entre turbonadas de lluvia, los miro de soslayo y les deseo suerte. Ojal��, pareja de imp��vidos pardillos, llegu��is sanos y salvos all�� a donde os dirij��is, y el calor de los amigos os seque las ropas mojadas, la piel fr��a y las manos heladas. Que valga la pena lo que est��is pasando. Que la hamburguesa est�� en su punto, la cocacola lo bastante fr��a, las palomitas crujan, la pel��cula sea tan buena como os dijeron, la chica sonr��a como esper��is y se deje besar esta noche por fin, o bien os acometa y bese ella, que tanto monta. Que pod��is volver a casa sobre un asfalto seco y con la gasolina suficiente para que la motillo no os deje tirados, y que los padres que ahora miran angustiados el reloj sientan el inmenso alivio de o��r abrirse la puerta de la calle o vuestros pasos en el pasillo al regresar. Que todo eso os pertenezca para siempre, y que esta valerosa determinaci��n, dos muchachos solos en la noche subiendo un puerto peligroso, inclinados tenazmente bajo la lluvia, no os abandone nunca en otras carreteras. Am��n. Con tales pensamientos termino de adelantar, pongo el intermitente a la derecha y sigo adelante mientras queda atr��s, en el retrovisor, el faro solitario de la peque��a moto. Dos chicos irresponsables, tontos y valientes, me digo perdi��ndolos de vista. Ojal�� lleguen a donde van. Ojal�� lleguen todos.
El Semanal 30 de diciembre de 2007

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