
A Carlos le gusta la Historia, como a m��. Es de los que, cuando el runr��n del tiempo levanta rumor de resaca en la orilla, se toma una ca��a por los que dejaron huellas que orientan nuestra memoria, nuestra lucidez y nuestra vida. Por eso esta noche Carlos y yo nos encontramos en el bar de Lola, oyendo m��sica tranquila, mir��ndole a la due��a el escote mientras hablamos de aniversarios. Hace un par de meses, mi amigo estuvo en Tudela, donde el Ayuntamiento �����a veces hasta hace bien las cosas��, apunta Carlos��� conmemor�� como es debido el 199 aniversario de una batalla en la que cuarenta mil espa��oles ���navarros, aragoneses, andaluces, valencianos y murcianos��� bajo el mando del general Casta��os, se batieron durante seis horas con treinta y cinco mil franceses dirigidos por el general Lannes, que ten��a muchas ganas de quitarle al ej��rcito imperial la espinita de Bail��n. ��Nos dieron hasta en el carnet de identidad��, murmura mi compadre mientras Lola nos sirve otra ca��a y de fondo, bajito, suena la voz de Joaqu��n Sabina diciendo que hay mujeres que tocan y curan, que besan y matan. Y yo asiento en silencio, resignado, porque conozco el episodio tudelano y s�� que transcurri�� muy a la espa��ola, entre celos, imprevisi��n, indisciplina, desacuerdos y mala fe, con cada jefe actuando por su cuenta, sin concierto para la defensa ni para el ataque. S��lo hubo reacci��n, y mal coordinada, cuando las avanzadas francesas ya entraban en Tudela y se o��an disparos de fusiler��a por las calles; de manera que la batalla empez�� a las nueve de la ma��ana, a mediod��a parec��a favorable a los espa��oles, y a media tarde nuestra infeliz carne de ca����n, tras haberse batido, eso s��, con mucho valor y decencia, romp��a las filas con la caballer��a francesa detr��s, sable��ndola a mansalva. Bebiendo hombro con hombro, Carlos y yo hacemos un brindis a la memoria de toda aquella pobre gente, aquellos militares y paisanos llevados al matadero, corriendo a la desesperada por el inmenso olivar de Cardete mientras intentaban franquear los veintid��s kil��metros que los separaban de la salvaci��n, hasta Borja o Tarazona, dejando atr��s tres mil compa��eros entre muertos, heridos y prisioneros, mientras los vencedores saqueaban Tudela. ��Buena gente a la que recordar��, murmura Carlos; y Lola, que no suele meterse en estas cosas pero las escucha siempre con inter��s y simpat��a, asiente con la cabeza mientras seca los vasos. Sabina dice ahora, al fondo, que hay mujeres en cuyas caderas no se pone el sol; y Carlos, tras observar un momento las de Lola ���en las de ella tampoco se pone���, me cuenta que el pasado 23 de noviembre, en Tudela, el Ayuntamiento invit�� a varias asociaciones de recreaci��n hist��rica francesas y espa��olas, para conmemorar la fecha. Y que todo fue estupendo y educativo, y que los ni��os y los no tan ni��os contemplaban interesados, preguntando por esto y aquello, a los jinetes polacos del ej��rcito imperial, a los levantinos de la divisi��n Roca ���bravos en aquella batalla hasta que ya no pudieron m��s��� con sus banderas y su pobre armamento, a los voluntarios de Arag��n con sus calzones claros y sus plumas en el sombrero, y a todos los dem��s. ��Una lecci��n viva de Historia��, resume Carlos, que llev�� a sus hijos peque��os. ��De esas que dan ganas de correr a los libros para enterarte bien de qu�� pas��, y por qu����. Y luego, el ep��logo, cuenta mi amigo. Eso tampoco pod��a faltar, claro. Y explica muchas cosas en la Espa��a de 1808 y en la de hoy. Porque en plena celebraci��n, cuando Carlos estaba con sus hijos en la plaza de Tudela, sentado en una terraza, tuvo lugar all�� el acto de izado de las banderas de los contendientes. Subi�� primero al m��stil la tricolor gabacha, a los sones de La Marsellesa; y un matrimonio franc��s y cincuent��n que estaba en la mesa contigua, plano de la ciudad desplegado y mirando la reci��n restaurada catedral, se puso en pie al o��r los compases de su himno nacional. Son�� luego la Marcha Real mientras se izaba la bandera espa��ola, y el matrimonio franc��s sigui�� en pie, respetuoso, mientras todos los espa��oles all�� presentes continuaban sentados, a lo suyo, charlando como si nada. Recordando aquello, mi amigo tuerce la boca y mira la pared, el aire fatigado ���tambi��n yo siento ese mismo cansancio, compruebo de pronto; un hartazgo impotente, rancio, abrumador���. ����Y t�� qu�� hiciste?��, pregunta Lola desde el mostrador. Casi adivino lo que Carlos va a decir, antes de que lo diga: ��Avergonzado, me puse despacio en pie, y al verme hizo lo mismo alg��n otro��� ��ramos tres o cuatro, como mucho. Y mirando con mucha envidia al matrimonio franc��s, pens��: nos han vuelto a ganar��.
El Semanal 3 de febrero de 2008
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