"El mar es el último refugio que me resta" A.Pérez-Reverte

31 marzo 2008

El cómplice de Rocambole


Hac��a muchos a��os que no pensaba en ��l. Fue ayer, hojeando una vieja edici��n de Las aventuras de Rocambole, cuando record�� a aquel compa��ero de clase. S��lo estuvimos juntos un curso, y nunca llegamos a cambiar m��s de dos o tres palabras. Hace tanto de aquello que he olvidado su nombre. Ocurri�� hace unos cuarenta y cinco a��os, m��s o menos. Segundo de bachillerato, colegio de los maristas de Cartagena. Un episodio extra��o, sin duda. Todav��a hoy me intriga. Yo era un lector met��dico, voraz. Un bibli��pata de doce a��os. Le��a a velocidad de v��rtigo cuanto ca��a en mis manos, con el auxilio de la imaginaci��n y la energ��a de la infancia. Cada libro era una aventura. Luego, durante d��as, imitaba lo que hab��a le��do, sinti��ndome personaje vivo de aquel libro. Mis juegos los organizaba en torno a eso. Pasaba as�� de arponear ballenas a bordo del Pequod ���unas sillas dispuestas en el jard��n��� a naufragar entre can��bales junto al perro Jerry o batirme en duelo con Biscarrat y los otros esbirros del cardenal. Cuando le lleg�� el turno a Rocambole, las novelas de Ponson du Terrail se avivaron en mi imaginaci��n con una pel��cula vista sobre el personaje: bolsa de pipas, collares de perlas y guante blanco. As�� que, durante dos o tres semanas, decid�� convertirme en ladr��n elegante. En un cuaderno escolar copi�� y colore�� varias sotas de corazones, recort�� cada naipe, y con ellos en el bolsillo emprend��, alegremente, mi breve carrera criminal. Recuerdo a cuatro de mis v��ctimas. Una fue mi abuelo, en cuyo escritorio, tras desvalijarlo de un cortaplumas con la virgen del Pilar en las cachas de n��car, dej�� la sofisticada firma delictiva de mi sota de corazones. El resto de los golpes los di en el colegio. A un amigo llamado Bolea le guind�� un bloque de plastilina del pupitre, poniendo en su lugar mi naipe simb��lico. El golpe del que m��s orgulloso estuve, y lo sigo estando, fue el que le di al Poteras, un hermano marista al que odiaba ���el sentimiento era mutuo��� con toda mi alma. El Poteras me hab��a sorprendido en clase leyendo El mot��n de la Bounty ���pertenec��a a la biblioteca de mi padre��� y lo confisc��, guard��ndolo bajo llave en el caj��n de su mesa. As�� que, durante un recreo, entr�� en el aula, descerraj�� el caj��n, recuper�� al capit��n Bligh y dej��, a cambio, la sota con mi huella infernal. Yo era un ladr��n sofisticado, astuto y con nervios de acero, compr��ndanlo. Implacable. Habr��a dado cualquier cosa por llevar frac, chistera y bast��n. Aunque, en realidad, supongo que s��. Que los llevaba. La otra historia ocurri�� d��as despu��s del caso Bounty. Un compa��ero cometi�� el error de llevar a clase un bonito bol��grafo y dejarlo en su pupitre durante el recreo. As�� que, llegado el momento id��neo, el astuto Rocambole, ��enarcada una ceja displicente y con una sonrisa desde��osa y viril alete��ndole en los labios��, subi�� al aula, escamote�� el boli y dej�� su naipe como testigo. Vueltos a clase, el desvalijado puso el grito en el cielo, pues Rocambole, en exceso seguro de s�� mismo, se puso a escribir con el cuerpo del delito y con mucho descaro, a la vista de su v��ctima. Alertada la autoridad competente ���el inevitable Poteras��� la situaci��n se volvi�� incierta para el osado voleur, que sentado en su pupitre aguantaba el interrogatorio sin derrotarse, aunque empezando a flaquear bajo la presi��n ���coscorrones y bofetadas: eran otros tiempos��� de las fuerzas del orden. Fue entonces cuando un compa��ero de clase, ni��o hosco y sin amigos con quien Rocambole no hab��a cambiado jam��s una palabra ���era hijo de un marino destinado en Cartagena, y s��lo estuvo aquel curso��� levant�� una mano y, con absoluto aplomo, afirm�� ante la clase que ��l me hab��a visto antes con ese bol��grafo, y pod��a confirmar que era m��o. Hubo un silencio, luego un intento de protesta por parte del ni��o desvalijado, que la autoridad acall�� dando por zanjado el incidente �����ya pillar�� en otra a este peque��o cabr��n��, debi�� de pensar el Poteras���, y Rocambole conserv�� el objeto delictivamente adquirido, aprendiendo, de paso, una interesante lecci��n sobre la vida: no siempre el crimen tiene su castigo. En cuanto a mi espont��neo benefactor, ni ��l ni yo mencionamos nunca el asunto, aunque entre ambos se anud�� un extra��o lazo hecho de silencios. Sigui�� siendo un ni��o hosco, antip��tico y sin amigos, pero yo ten��a con ��l una deuda de lealtad indestructible. Me habr��a gustado socorrerlo en una pelea o algo as��, pero era de los que no se peleaban. Nos sent��bamos cerca para comer el bocadillo en los recreos, aunque no habl��semos nunca, y al salir de clase camin��bamos juntos, carteras a la espalda, hasta la esquina donde nos separ��bamos sin despedirnos. Acab�� aquel curso y no volv�� a verlo m��s.

El Semanal 6 de abril de 2008

No hay comentarios: