
La cosa iba de ni��as, estafadores, impunidades delictivas y cosas as��, y alguien dijo: ��Lo inadmisible es la justicia entendida como venganza��. Luego me mir�� con la certeza imbatible de quien tiene la Verdad y la Humanidad sentadas en un hombro, como el loro del pirata. No dije nada, pues hace tiempo descubr�� lo in��til de las discusiones: cada uno finge escuchar al otro mientras prepara argumentos para la siguiente r��plica. As�� que, para ahorrar saliva y esfuerzo, suelo dejar que hablen los dem��s. Despu��s ya me las arreglo para decir lo que tenga que decir, en mis novelas, o aqu�� mismo. Es cierto que, a veces, ante la demagogia de todo a cien, no me puedo aguantar e imito al conde de Montecristo. Juas, juas, hago. Sin argumentos, razones ni nada. Risa por la cara. Luego doy la vuelta y me largo. A leer, por ejemplo. Dir��n algunos que eso es fascismo dial��ctico, y que todas las ideas son respetables. Pero se equivocan. Ninguna gilipollez es respetable. Lo ��nico respetable es el derecho de cada cual a expresar cualquier gilipollez. Tan respetable como, acto seguido, el derecho de los otros a llamarlo gilipollas. Hoy quiero hablarles de justicia y venganza. Punto de vista subjetivo, claro; sometido a error y parcialidades varias. Resultado de cincuenta y siete a��os de vida, algunos viajes y libros, y no fraguado en el buenismo idiota ���y suicida��� de quienes creen vivir en el bosquecito de Bambi. La cosa se resume en una pregunta: ��Qu�� tiene de malo la venganza?... Ya s�� que en la sociedad occidental esa palabra tiene mala prensa. Hay que perdonar a los que ofenden, alumbrar su camino, reinsertarlos pronto y dem��s. Pero olvidamos algo: el sentimiento de venganza, de reparaci��n personal, est�� en nuestro instinto. Viene, supongo, del tiempo en que sal��amos de la cueva para buscarle una chuleta de mamut a la familia. En mi opini��n, la venganza ���en sus formas antiguas o modernas��� no es mala. Resulta higi��nica para la salud mental, y frustra mucho verse privado de ella. Lo que ocurre es que, para que la sociedad no sea un continuo e inc��modo navajeo, los hombres resolvimos confiar al Estado el monopolio de nuestros ajustes de cuentas. Ofendidos, queriendo venganza y reparaci��n de quienes nos ofendieron, cedemos ese impulso natural a la instituci��n que nos rige y representa; y a ��sta corresponde resarcirnos del da��o recibido, alejar o anular el peligro social que el ofensor pueda suponer, y satisfacer, castigando adecuadamente a ��ste, nuestro l��gico, instintivo, at��vico deseo de venganza. No es casual que sean precisamente los grupos marginales, que no creen en la sociedad o comparten sus c��digos, los que procuran siempre tomarse la venganza por su mano. O que, en las pel��culas, nos guste y tranquilice que al final muera el malo. Y es que el problema, a mi juicio, surge cuando el Estado se revela incapaz de corresponder al compromiso. De cumplir con su obligaci��n. Viene entonces la frustraci��n de quienes se ven sin reparaci��n, indefensos ante el mal causado. De quienes ven al asesino pasear impune por la calle, al estafador disfrutar de su dinero, al violador salir el fin de semana para repetir exactamente lo que lo puso entre rejas. De quienes ven sus deseos bloqueados en la mara��a de incompetencia, burocracia, desidia, demagogia y mala fe que caracteriza a toda sociedad humana. Y adem��s, como guinda, deben tragarse el discurso mascado por quienes ahondan cada vez m��s, por ignorancia, estupidez o c��lculo interesado, el abismo entre la teor��a y la realidad. Entre vida real y vida ideal. Y el de los simples que se lo tragan. El de los ciudadanos razonables y civilizados que dicen odiar el delito pero compadecer y ayudar al delincuente: discurso que queda chachi en la tele, en el editorial de peri��dico o en el caf�� con los amigos, pero que se esfuma cuando sale tu n��mero. Cuando roban en tu casa, asaltan en tu calle o violan a tu hija. S��lo una sociedad firme y segura de s��, dura con los transgresores ���e implacable con los vigilantes de los transgresores cuando cruzan la raya��� hace innecesaria la venganza personal. Una sociedad capaz de protegerse con justicia y serenidad, pero sin complejos. Sin mariconadas de telediario. Cuando no es as��, las leyes hechas para proteger a la gente honrada se vuelven contra ella misma. La atan de manos, convirti��ndose en escudo de sinverg��enzas, depredadores y bestias sin conciencia. Frustran la esperanza de los ofendidos y les hacen lamentar, a veces, verse privados de la posibilidad de satisfacer ellos mismos el ansia leg��tima de venganza que el Estado timorato, torpe, ineficaz, no resuelve en su nombre. Puestos a eso, uno acaba prefiriendo ���y ah�� est�� el verdadero peligro��� un calibre doce, posta lobera, dejadme solo y pumba, pumba. Lo dem��s, en ��ltima instancia, es ret��rica y son milongas.
El Semanal 20 de abril de 2008
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