
Alguna vez les he contado que, despu��s de la publicaci��n de cada novela, llega abundante correo de lectores advirtiendo de tal o cual errata en la p��gina equis. Es una correspondencia que cualquier novelista, supongo, recibe con curiosidad y agrado ���aparte el disgusto cuando la errata detectada es gorda���, pues indica, sobre todo, que hay lectores que se enfrentan a la obra que uno acaba de parir con inter��s, y llevan ��ste al extremo de colaborar con el autor en que la cosa quede lo m��s perfecta posible, dentro de lo que cabe. De esa forma, si hay suerte y el libro conoce nuevas ediciones, ��stas se imprimir��n sin m��cula, corregidas como Dios manda. Eso se refiere tambi��n a los descuidos y errores que puede contener el texto. Escribir una novela es poner en pie un artefacto complejo, con reglas, estructura y mecanismos internos. En ese proceso artesano pueden cometerse errores, como digo, o descuidos, bien por ignorancia del autor del jard��n donde se mete, o bien porque maneja un dato equivocado, que olvida comprobar o que cita de memoria. Es cl��sico ���nos ha pasado cien veces a todos��� el caso de la p��gina le��da una y otra vez durante la fase de correcci��n, cuyo gazapo s��lo salta a la cara el d��a que recibimos el primer ejemplar impreso, apenas abrimos al azar la p��gina correspondiente. Resulta un cl��sico del oficio aquella antigua fe de erratas ���ap��crifa, imagino, pero deliciosa��� puesta junto al colof��n de un libro: ��Certificamos que este texto no contiene ninguna errita��. Lo cierto es que escribir historias desde hace veinte a��os me hace tener mucho respeto por todos mis colegas, pues conozco bien el trabajo que hasta la peor novela tiene dentro, o casi. Por eso casi nunca hablo en p��blico de t��tulos que no me gustan, excepto los perpetrados por alg��n buscapleitos que previamente me haya metido de forma desagradable los dedos en la boca. Por lo dem��s, siempre me he negado a hacer cr��tica de libros en suplementos culturales y otros lugares supuestamente literarios. No es mi vocaci��n ni mi oficio, y doctores tiene el asunto. Volviendo a lo de las erratas y descuidos, un caso singular, aparte, es el del cazador de erratas profesional, que a menudo resulta experto en la materia. Escribes, por ejemplo, en la p��gina tal, que el lugre Le Coureur (1776) iza el ancla con el cabrestante, y siempre hay un fulano capaz de averiguar que un lugre de sesenta y seis pies ���encima va y te dice la eslora, el jod��o��� no llevaba a proa cabrestante, sino molinete. A veces, los autores perversos ponemos trampas en el texto destinadas precisamente a esos rastreadores implacables ���coyotadas, las llaman unos amigos m��os���; pero aun as��, los buenos no se dejan enga��ar, y siempre son ellos los que te pillan a ti. Como digo, son raza aparte. Y te recuerdan que eres mortal. Que, por mucho que sepas de algo, siempre habr�� alguien que sabe m��s que t��. Otra cosa son los cantama��anas y los listillos tocapelotas, que escriben tir��ndote de las orejas por tal error hist��rico o ling����stico con un tono de superioridad tal que incrementa tu placer al ver c��mo se columpian, cuando lo hacen. Un ejemplo es la carta que recib�� a poco de publicarse mi ��ltima novela, con todo un profesor de Lengua y Literatura denunciando ��errores ling����sticos graves�� y metiendo, de paso, la gamba hasta el corvej��n. Lo curioso es que el fulano no me la dirigi�� a m��, en plan reservado o personal, sino a la Real Academia Espa��ola en general, como denunci��ndome en plan chivato ante la Instituci��n. ��Perez-Reverte ���se��alaba, despectivo, retir��ndome el se��or, el don y el excelent��simo a que, modestia aparte, all�� tengo derecho��� confunde hasta seis veces el verbo intimar con intimidar. Les ruego que hagan llegar esta nota al escritor y a los correctores de estilo de su editorial��. As�� que imaginen con qu�� placer, gote��ndome el colmillo, escrib��, contra lo que acostumbro, mi respuesta en papel de cartas color hueso, impreso con mi nombre y el bonito escudo de la RAE: ��Muy Sr. M��o: le quedar��a muy agradecido si, la pr��xima vez, en lugar de hacernos perder el tiempo con tonter��as a la Academia y a m��, consultase antes el Diccionario de la RAE (Intimar: p��gina 877, primera acepci��n). Le recomiendo el uso frecuente de esa obra (tambi��n editamos una Ortograf��a y una Gram��tica) para que, de ese modo, evite hacer de nuevo el rid��culo pas��ndose de listo��. Hay d��as en los que me encanta ser acad��mico. Por lo que jode. Para qu�� les digo que no, si es que s��.
El Semanal 17 de febrero de 2008
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